sábado, 27 de noviembre de 2010

Rendirse nunca, retroceder jamás (I)

Mi estado de ánimo oscila entre la felicidad y la tristeza. Felicidad porque ya estoy a punto de terminar la tesis y este encierro auto inducido va a terminar (la única forma de acabar la tesis era acabar con mi vida social), voy a poder irme a un trabajo decente, donde me paguen bien, tenga una vida social libre de responsabilidades (como mi cabeza diciéndome "todavía no has acabado la tesis, ¿entonces que carajo haces juergueandote de jueves a sábado?), una oficina grande con muchas personas, donde eventualmente voy a conocer al amor de mi vida. 
OK, eso último sonó terriblemente huachafoso. Pero tendrán que comprender algo primero: yo he llamo "amor de mi vida" a unos cinco hombres en los años que llevo "single and ready to mingle", así que, ya verán que no es tan seria la cosa. 

Tristeza porque todavía me falta un peldaño más para acabar, quizá el más grande e importante de todos y el tiempo libre que quería tener este fin de semana no me parece merecido. Es más, me molesta un montón que todo el mundo me venga con la frasesita cojuda de "oye, descansa, relájate, no te estreses flaca", cuando me encuentro en un punto crucial de todo, donde la tesis, mi trabajo de dos años, se puede ir al CA-RA-JO por falta de atención, indisciplina, irresponsabilidad y flojera. 

No señor, no voy a dejar que la osciosidad me cague esta vez, o algún gen de mi familia que destinó a mis tíos y tías a la ignorancia universitaria, a no graduarse nunca y terminar casados (as) con gente mediocre. 

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